miércoles, 11 de mayo de 2011

HACER NEGOCIOS CON LOS CHINOS

Están los mercaderes de Hispania loquitos perdidos por meter sus manazas en la economía china. Es un mercado inmenso...y Occidente ya está agotado. Oriente...la verdad es que no hemos evolucionado mucho desde los tiempos de Marco Polo, o de los portugueses de Goa y los jesuítas. Lo que pasa es que las negociaciones comerciales con los chinos no se rigen por los parámetros occidentales, que retiran el factor humano de todo lo que es economía...bueno, y ya casi que de todos los aspectos de la vida. Hay una sutileza oriental que impregna al Gran Dragón. Bien.
Mientras los occidentales muestren de manera descarada y maleducada su supuesta superioridad ante ese mundo de sutilezas sedosas, no hay nada que hacer. Un ejemplo:
cuando vivíamos en Urbanilandia, periódicamente íbamos a cenar a un restaurante chino. Normalmente, la gente que va a estos establecimientos se divide en dos: la gente normal, que se limita a pedir la comida, come, paga y se va; y luego, una serie de gilis que se dedican a llamar a las camareras eh, tú, china y cosas así.
Bueno, pues nosotros no hacíamos nada de eso, por supuesto. Al entrar en un restaurante chino, a mí me entra una sensación especial. Me imbuyo en el ambiente. Mi marido, menos receptivo a las energías, tiene en cambio el don de gentes: hace que los que lo conocen le quieran inmediatamente. Es innato, y por lo tanto, valiosísimo. Yo, como soy la que tiene la cara de mala leche, voy con ceremonias respetuosas, para no acojonar.
Pues no sabéis lo hermoso que es tratar a la gente como se debe. No cuesta nada: una pequeña inclinación de cabeza cuando vienen a atenderte, o cuando vas a pedir algo a la barra; una sonrisa cuando te diriges a ellos, con voz suave, como hablan los orientales...
Al cabo del tiempo, cuando nos veían entrar en el restaurante, sus caras serias, o con sonrisas de cortesía cuando atendían a otros clientes, se transformaban en caras de alegría, y la sonrisa era grande. Nos buscaban la mesa más recogida, más acogedora, y siempre nos obsequiaban con un pequeño aperitivo al principio de la cena, y luego con algún regalito adicional. Especial para vosotros, nos decían. Nos explicaban la elaboración de los platos, de las salsas, algún ingrediente secreto, nos aconsejaban sobre lo que estaba más fresco (no, esto no pedir...pedir esto).

Yo no creo que haya manera más sencilla de hacer feliz a la gente un ratito...¡es tan fácil, Dios mío!

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