En primer lugar, uno mismo tiene que estar en un estado especial, cosa que se nota porque te sientes muy bien contigo y todo te parece maravilloso. En segundo lugar, hay que acercarse al animal, pero a una distancia que no resulte intimidatoria para él. Y mirándole a los ojos, hay que empezar a hablar muy, muy bajito, con voz amorosa. Veréis cómo el animal se va destensando, se queda relajadísimo, y va avanzando hacia tí. Hasta que se acaban los intentos de morder, de hacer nada más que no sea juntar nuestras cabezas. Y lástima que mi marido no ha sido lo suficientemente rápido, porque hacía un rato que estaba con su cabeza en mi regazo, completamente tranquilo, como si fuera un bebé. Este ejercicio hay que repetirlo durante días, hasta que su confianza sea firme. Y la nuestra también, porque os aseguro que un mordisco de caballo...tiene tela.
UNA BIÓLOGA EN LA REPÚBLICA INDEPENDENT DE LA SISQUELLA
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario