Imagináos que estáis en medio del monte, y por cualquier razón (comilona excesiva, nervios, algún alimento que no os sienta bien) os entra un ardor de estómago de esos que hacen historia. No tenéis ningún antiácido de farmacia ni bicarbonato. ¡Socorro!
Que no cunda el pánico.
Manzanas y leche. En la despensa de una casa autosuficiente no deben faltar jamás estos dos alimentos. La leche, mejor de cabra, es más digerible que la de vaca o de oveja. Y las manzanas, Reinetas o de alguna variedad autóctona, a ser posible amarillas, que son menos ácidas que las rojas, y camosas , o sea, esas manzanas de carne harinosa que tan poco gustan hoy en día. Esas son las buenas para curar.
Hay dos opciones: preparar una compota con canela, como está explicado en otra entrada. Mejor comerla calentita; es muy aliviante. Pero si el dolor apremia, la segunda opción es la más rápida.
Se pela la manzana más madura, y se trocea lo más pequeño que se pueda. Se deja reposar unos diez minutos, hasta que se oxide y se ponga de ese color marroncillo: ahí está el alivio. Se come masticando bien, que quede bien predigerida en la boca. Se deja pasar un ratito y se toma un vaso de leche templada. Remedio listo.
Las sustancias de la manzana y de la leche actúan con efecto tamponador sobre los ácidos del estómago. La manzana así preparada y el vaso de leche deberían ser nuestra cena durante varios días, hasta aplacar al diablo estomacal, y de paso os digo que debería ser nuestra cena siempre.
Yo, aunque me quede con hambre, prefiero sentir el dolor del estómago pidiendo comida que el dolor de la acidez perforándome la pared gástrica.
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