En un metro cuadrado de bosque podemos encontrar un montón de especies animales, vegetales, microbianas y fúngicas. Algunas las vemos a simple vista, otras sabemos que están. El bosque se regenera año tras año, dándonos una apariencia de estabilidad, y va expandiéndose lenta pero implacablemente, si no ponemos los humanos nuestras manazas encima. El olivar, y por extensión cualquier otro monocultivo, agoniza si no nos matamos a trabajar, abonando, fumigando, labrando. Es evidente que algo hacemos mal: el bosque prospera sin abono, sin fumigaciones, sin labrantíos.
La clave está en la biodiversidad: lo que decíamos al principio. En un bosque, las criaturas que lo forman no están solas: están íntimamente relacionadas unas con otras, a nivel de suelo, de raíces, de ramas, se tocan, se pasan unos por encima de otros. Hay relaciones que vemos y somos capaces de identificar y cuantificar; otras son más sutiles, y se nos escapan, pero se intuyen.
El olivar: el hombre sólo quiere que crezcan olivos. Todo lo demás molesta: no quiere hierbas, no quiere insectos, no quiere pájaros, no quiere nada más que olivas. El olivo se aburre: no tiene con quien interaccionar. Las raíces están solas, la tierra está muerta de tanto echarle nitratos, y como está desnuda de tanto labrarla, sin hierbas que la sujeten, cuando llueve la poca materia orgánica que se haya podido acumular se lava y se va. No hay hongos, no hay humus. Estoy segura de que si se pudiera salir de la tierra, con sus raíces se iría caminando, como aquella escena de El señor de los anillos donde todo un grupo de árboles se sale de la tierra y se pone en marcha.
Nosotros estamos contribuyendo a la biodiversidad de nuestra finca. De momento, cubierta vegetal bajo los olivos, nada de matahierbas. Gallinas campando a sus anchas, escarbando y haciendo caquitas. Cabras pastando y aportando estiércol y orín. Gatos y perros, jugando, subiendo por los árboles, corriendo, escarbando. Y nosotros, tocando los árboles, cogiendo las olivas, caminando, y también de cuando en cuando haciendo pis en medio del campo.
Han venido pájaros. Han venido los ratones. Estoy esperando las lombrices. Y estoy algo preocupada, no oigo de noche a los búhos ni a los autillos. A ver si se va extendiendo la noticia de que aquí nadie les va a pegar un tiro y me dan el gusto de oir sus ululares nocturnos.
Es evidente que intentar recrear el jardín del Edén en un trozo de tierra es imposible. Siempre, el hecho de querer obtener un rendimiento de la tierra exige trabajo por parte del ser humano. Por muchos seres vivos que pueblen una finca, siempre habrá que estar atentos a posibles desequilibrios, por el mero hecho de que el ecosistema de un monocultivo es artificial y por lo tanto tenderá dirigirse hacia el ecosistema propio de la zona. Pero hemos de buscar la manera de deslomarnos lo menos posible, y vivir todos, desde el más pequeño microbio hasta el jabalí de 250 kilos. Aquí no sobra nadie.
1 comentario:
Yo pienso que al final lo conseguiréis. Ese espíritu de convivencia y no de dominancia, es el mejor para re-establecer las conexiones vitales de la vida. Lo que pasa es que es verdad que en vuestro lugar, los humanos se han pasado un poquitín de tres pueblos de erosión de la biosfera. Cuando pienso en vuestro terreno, siempre pienso en que le iría bien que se le restablezca algún tipo de sotobosque que después se autoregule y aporta algún tipo de humus a la tierra justo debajo. Yo os puedo pasar cornejo silvestre, incluso os podríamos sacar de la finca, algunos espinos (pacharán) para que hagais setos. También os podemos pasar encinas de hasta un metro, almeces (por tener hoja caduca) y ciruelos. En fín, cuando tengáis lo de las cabras en orden, ya quedaremos para llevaros leña y arbolitos.
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