Los sábados por la mañana dan por la radio un programa sobre el mundo rural. Hace años que lo voy escuchando, desde que quería yo dedicarme a la vida agraria y pastoril. En la época en que trabajaba esclavizada, era un soplo de aire fresco que iniciaba mis tareas del huerto del fin de semana. Se hablaba de variedades de cultivos, técnicas antiguas, costumbres pastoriles, refranes, ferias...pero ahora, no hay quien lo escuche. Todos son agonías: precios irrisorios para los agricultores y ganaderos, vía libre a los trangénicos, robos, ruina...total, que hay que apagar la radio. Así que para contrarrestar esto tan feo, os ofrezco otro panorama, más cercano, inmediato y que alegra vista, oído y olfato: la vista es evidente: esas flores, algunas ya abiertas, otras a puntito, en contraste con el azul purísimo del cielo; el olor de su néctar, dulzón y empalagoso; y el zumbido de nuestras queridas abejas, sí, las abejas de la miel, que ya están inspeccionando su cosecha de polen y néctar. Sentarse debajo de un almendro en flor es sentir, ver y oir cómo la fuerza de la tierra, dura, y aparentemente inerte, se transforma en dulzura acuosa en la savia que trepa por los troncos casi minerales de los viejos almendros, para explotar, rotunda y triunfante, en la delicadeza de los pétalos amorosos de la flor, dadora de vida, de dulzura y de aromas eternos.
1 comentario:
muy bonito, como lo que comentas.
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