lunes, 28 de febrero de 2011

¡QUÉ DIFÍCIL ES EDUCAR!

He leído un artículo sobre la educación de los niños. Es del año de la pera, de 1982. En aquellas épocas, una de las corrientes en boga aconsejaba que los niños no debían ser reprimidos de ninguna manera; a los padres los limitaba a realizar pequeños retoques, siempre no traumáticos, en caso de que las criaturas mostraran signos de descarrío. Os voy a contar una experiencia personal con un niño sin traumas.
Una vecina me pidió que me quedara con su hijo durante una hora, el tiempo que necesitaba para hacer una gestión. Al niño lo conocía yo desde que nació. Se movía menos que el caballo de un retratista. Le estaban educando sin traumas, nada de coartar su desarrollo. El niño parecía un querubín; no se le movía ni un pelo de la cabeza, sentado en el sofá, con cara de monaguillo. La madre se despidió de él, encargándole que se mantuviera en este estado beatífico.
Fue salir el coche del garaje, y aquello se transformó en un remake de La Profecía. La criatura cambió su cara de ángel barroco por la expresión misma de la maldad. Empezó a gritar como si estuviera poseído, y lanzaba todos los juguetes por el comedor: las tizas, contra la pared; los daditos de construir, contra el equipo de música; y lo peor, la pizarra, estampada contra el suelo.

Yo me partía de risa. Decidí no llamarle la atención, para seguir la corriente educativa parental y no traumatizarlo, y me limité a disfrutar de su día de la ira. El punto culminante llegó cuando se montó en un cochecito a pedales, cogió carrerilla desde el pasillo y se estampó contra la pared del comedor, a escasos centímetros de la tele, haciendo un desconchón en el estucado. Aquí yo ya aplaudí abiertamente.

Cuando faltaron 10 minutos para que regresara la madre, le dije:
-Pequeño hijo de Satán, como tu madre vea esto, nos va a canear, a tí por hacerlo y a mí por permitirlo. Así que empieza a recogerlo todo, y pon la pizarra delante del agujero de la pared, para que al menos no se dé cuenta hasta que yo haya puesto tierra de por medio.

Para mi sorpresa, el niño lo recogió todo eficazmente, puso la pizarra frente al desconchón y cuando llegó su madre nos encontró jugando apaciblemente con daditos didácticos de números y letras.
Moraleja: no todo es lo que parece; y nunca dejes a ningún niño al cuidado de Robin d´Ebre.

1 comentario:

renasci dijo...

jajaja menuda canguro estas hecha...