Quedaba por colocar en la casa una caja llena de trofeos deportivos. Aprovechando una repisa de la casa de piedra, hemos desempolvado los premios y los hemos colocado, para lucimiento propio.
Hoy no tengo yo un buen día. Y para hundirme más en la tristeza, baste ver que en la foto se presentan todos los trofeos...de mi marido. Mirad cuántas estatuillas, placas conmemorativas, pedrolos de mármol, hasta una especie de diosa griega sin cabeza, con arcos dorados metálicos que si te descuidas te sacan un ojo...todos suyos. Todos menos uno: éste de la foto, que para más inri, está medio desmontado: se le ha despegado la peana y la medallita parece un globo ocular desprendido de su órbita...
Bueno, mi marido me lo ha arreglado. Es del año de la pera, de cuando iba al colegio de las monjitas y gané un torneo de tenis. No tuvo mucho mérito, porque yo jugaba cada fin de semana con mis primos en las pistas de tenis que tenía mi tío en Cunit (¡uala!) y mis compañeras de clase no habían cogido una raqueta en su vida...pero bueno, menos da una piedra. Es del año 1978.
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