EXCURSION SUICIDA (y III)

Una vez han abrevado los animales, seguimos una ruta nueva y desconocida. Madre mía, la sed nos ataca...y ni rastro de agua.

Seguimos el camino...y llegamos a vislumbrar aquel valle que bautizamos como la encomienda templaria. ¡Agua! Allí estaba aquel riachuelo donde bebimos una vez...

Nos vamos pitando hacia allá. La sed es una muy mala cosa. A las 11 de la mañana y con el solanaje que cae...y triscando montes...

El borde del riachuelo está reseguido por una cañería. Directamente del arroyo no se puede beber, porque los perros han pasado y han removido en fondo lodoso. Ademas, hay más vida aquí que en las ramblas de Urbanilandia a las 4 de la madrugada. Así que se impone encontrar un punto donde la cañería esté abierta para acceder al agua.

Lo encontramos. Y hala, a beber...De momento, no hay cagaleras.

Eso sí, Gresca se ha puesto hecha un cromo, y las moscas hacen una fiesta en mi pierna, a causa de una pequeña heridita...¡la fiesta de la hemoglobina! Qué asquito, por Dios...pero nos lo hemos pasado bomba. Y una vez en casa, Gresca la intrépida terrier de Yorkshire ha sido obsequiada con un buen baño revitalizante...va a estar ella como una caquita: ¡ni pensarlo!